domingo, 21 de febrero de 2016

La ajetreada vida de Robert el Rinoceronte Parte 2


Robert desvió durante unos segundos la mirada de su pantalla, en la cual se reflejaban un sinfín de números y letras que quizá para él tendrían algún sentido al principio del día, pero, horas después tan solo eran una amalgama incomprensible. Lo que vio al mirar por la ventana no fue relajante como él habría deseado. Sus mismo ojos le devolvían la mirada reflejados en el cristal. Era una mirada a medio camino entre perdida y cansada.

Quizá al volver a casa podría hallar algo de reposo al cobijarse en su humilde refugio, mas él sabía que no podría ser, ya que su cubil no era precisamente un remanso de comodidad.
La puerta de su estrecho despacho se abrió de golpe. El estruendo le sobresaltó e hizo que se preparase para lo que venía. Su jefe entró. Su tupida melena y sus enormes colmillos daban a entender porqué se trataba del rey de la empresa.


Tomson el león no titubeó ni lo más mínimo a la hora de vomitar por sus fauces una catarata de gritos y falacias. Todas irrumpiendo en la cabeza de Robert como taladro en una fina capa de poliestireno.
Retumbaban dentro como música estruendosa en un estrecho piso de estudiantes un sábado noche.
Y entonces estalló. Decidió que no podía ni quería más de aquello.

Tal vez era una decisión precipitada. De echo, ni siquiera era una decisión adecuada. Pero recogió sus cosas y se marchó. Abandonó el lugar dejando a Tomson con la boca abierta y sin mirar atrás.
Ya pensaría luego qué haría con su vida, pero estaba claro que no podía seguir de aquella manera.
El Rinoceronte recorrió la calle esta vez sin prisa. Sin patear el suelo. Sin preocupación.

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